sábado, 14 de noviembre de 2009

Tú, nuestro Señor


Después de casi dos meses de ausencia ‘bloguera’, vuelvo a escribir. Ausencia debida no sé si a la falta de inspiración o a la autocensura para no escribir sobre temas que creo y siento deben quedarse en mí. Vuelvo de la mano y tras los pasos de aquel que, precisamente, nos pidió que le siguiéramos (por eso, hágase tu voluntad y no la mía). Y aquí estoy, frente a un domingo en el que también es precepto rendirse a la grandeza de algo que, por más que se imaginara, superó las expectativas. Jesús Cautivo, salió a la calle de forma extraordinaria. En todos los sentidos. Finalmente, sin bastón de mando (debió perderlo en la bulla de la plaza del Obispo), ejerció de regidor desde el escaño de la fe y con el apoyo, sin oposición, de la multitud. Esta última, de todos los colores.

Pero como en todas las historias, hay un comienzo. Recuerdo cuando hace meses, Juan Partal, hermano mayor de la cofradía del Cautivo, anunciaba en programa de radio El Cabildo que la hermandad estaba inmersa en la organización de los actos por el aniversario fundacional, recuerdo el estupor que causó la noticia de la escisión de 35 músicos de la banda de la Estrella y que para continuar su actividad, llamaron a las puertas trinitarias. Puertas que se abrieron y como resultado dio la banda de cornetas y tambores ‘Jesús Cautivo’. Amén de la exposición que recordaba la historia de la corporación. Un volumen informativo muy grande y que se iba disipando paulatinamente a medida que se acercaba el 14 de noviembre. Tanto es así que ni en el barrio conocían lo que se avecinaba. El escaso número carteles pegados invitaba a imaginar que su existencia era una leyenda urbana. ¿Despiste?¿poca picardía?¿desidia?. “A nadie le faltan fuerzas; lo que a muchísimos les falta es voluntad”, Víctor Hugo dixit.

Aún así, este fin de semana blanco, que no en blanco, comenzaba rodeado de una intimidad en la que la pequeñez del hombre se hacía patente. Calle Trinidad era testigo del traslado del Cautivo envuelto en un silencio que arengaba a las almas a que se encadenaran a la fe. Una fe que, como es capaz de mover montañas, hizo que Málaga no faltara a su cita de la tarde del sábado. Hubo sol. Y gente. Hubo noche. Y gente. Hubo ovaciones. Y gente. Hubo silencio. Y gente. Porque eres tú nuestro cautivo, porque eres tú nuestro Señor.

Creo que no existe el término para expresar lo que para mí ha sido esta salida histórica, o al menos la emoción no me ha dejado encontrarlo, por eso, cuando sus manos cautivas desaparecían tras los muros de la casa hermandad, simplemente pude decir: “Señor, acuérdate de mí cuando llegues tu reino”.