jueves, 30 de diciembre de 2010

JUICIO FINAL (I PARTE)

Desconozco qué o quién nos empuja cada año a hacer un balance cuando éste finaliza. Quizás es necesario saber dónde fueron a parar esas aguas que hace meses decíamos que no iban volver a pasar. Aguas que en muchas ocasiones han servido para limpiarse las heridas que producen los grilletes de la intolerancia unida de forma lamentable a la ignorancia. Pero las heridas de guerra en ocasiones hacen más fuerte y ha sido un año que, con sus desvelos, ha invitado a seguir soñando con el triunfo de la magia de la tauromaquia. Un sueño encabezado por dioses Momo del toreo. Valencia, Sevilla, Málaga y un largo etcétera de ciudades vieron a Julián López ‘EL Juli’ cruzar a hombros las puertas de la gloria. Madurez, valor, serenidad…El niño se hizo hombre y habitó entre el triunfo. Quien ya estaba allí es el llamado Catedrático del Toreo. Enrique Ponce sigue haciendo gala de su depuradísima técnica, de su pundonor y de su capacidad de hacer posible lo imposible. 20 años de alternativa lo contemplan. 2.000 corridas lo avalan. Pero en cuestiones de números, la sombra de El Fandi es alargada. Orejas a pares como las banderillas que le han hecho encumbrarse al número 1 de escalafón.

También 2010 ha sido un año de Ventura para el rejoneo. El hispano-luso recogió el testigo de la revolución del toreo a caballo de manos de un Hermoso de Mendoza cuya maestría sigue demostrando que no tiene fin. Tampoco tenía fin la marea humana que ‘procesionó’ a Morante de la Puebla hasta su hotel en Barcelona cual gladiador que desafía al imperio de una minoría ignorante capaz de privar a Cataluña del espectáculo más democrático de la manera más intransigente. Pero si algo puede ir mal, irá a peor. Murphy dixit. Y resulta que Ecuador se sube al carro abolicionista taurino. “...En tus manos lo confío pues eres tú el del Gran Poder…”, cantaba aquella madrina mientras sufría por una cornada que hacia peligrar a su amor. El chaval de la copla se recuperó de la embestida. Pidamos al año nuevo que reine la cordura, que no vivamos un romance de valentía (valentona) política y que a la fiesta no se la cuelgue de un pitón.