domingo, 27 de septiembre de 2009

Inmortal Paquirri


Durante toda esta semana y presumiblemente también en la que entra, todos los medios se han hecho (y se harán) eco del 25 aniversario de la muerte de Francisco Rivera ‘Paquirri’. 26 de septiembre de 1984 ¿les suena? Sí, esa fue la fecha. Ese fue el día en el que el diestro de Barbate cedió los trastos a la muerte entre las astas de ‘Avispado’ en la plaza de Pozoblanco. Un cuarto de siglo después, todos quieren llevar razón y arriman las ascuas a su sardina particular. Los platós de televisión se han convertido en una pasarela de amigos, hermanos (Antonio Rivera, un ejemplo de sensatez y educación), acompañantes, ex - amantes, confidentes y un largo etcétera de ad láteres que aparecían con la vitola de ser el arca de la verdad. Una verdad que se tornaba de distinto color según quien la contara. Y digo esto porque todo el mundo dice haber hablado y estado con el diestro la última noche de su vida. Creo que ahí sobra gente, dada la liturgia de concentración que se le supone a un torero en plena temporada. (No me imagino a ‘Paquirri’ en un ‘camarote’ repleto a 24 horas de jugarse la vida y diciendo aquello de ¡y dos huevos duros!, que según cuentan es lo que debió faltar ese día). Parece que todo el mundo se sube a este carro aunque sólo lo viera pasar de lejos. Cada uno que le conceda la credibilidad a quien considere.

Todo esto es mi conclusión después de no haberme perdido ni uno sólo de los especiales que han ofrecido sobre este trágico aniversario y a la espera de ver el desenlace de la TV Movie de T5. Pero creo que, aunque sin duda se ha recordado la persona de Francisco Rivera Pérez, se ha dejado a un lado la figura de ‘Paquirri’, su faceta torera.(Olé al programa ‘Todos para todos’ por haberle brindado su Orobroy de esta semana). A mí, que aún no había nacido cuando el murió, me gusta ver imágenes de ‘Paquirri’ (es lo único que me queda) y compararlo, en la medida en que se pueda, con el toreo de sus hijos. Me ha encantado verlo poner banderillas sin pensar en que si en ese momento pensaba en Isabel o en Carmen o si por su cabeza planeaba el divorcio. Aunque, inevitablemente, todo formaba parte de su persona. Decía Robespierre que la muerte es el comienzo de la inmortalidad. 25 años después, parece ser que Pozoblanco fue la cuna de la vida eterna de alguien que concibió cada corrida como si fuera la penúltima.

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